Turismo Rural en Covarrubias, Burgos
Covarrubias es uno de esos lugares que se descubren con el alma. Aún antes de cruzar el umbral de su antigua puerta de piedra, el silencio medieval de la villa parece susurrar historias que han sobrevivido siglos. La comarca del Arlanza guarda este rincón como un tesoro: un pueblo burgalés que, desde 1965, ostenta el título de Conjunto Histórico-Artístico Nacional, y que ha enamorado a visitantes y expertos por su arquitectura popular castellana.

Sus orígenes se pierden entre las sombras del tiempo. Aunque la presencia romana fue su primer aliento conocido, Covarrubias se afirma como villa en época visigoda, cuando el rey Chindasvinto mandó levantar una muralla y la primitiva iglesia de San Cosme y San Damián. Aquella piedra inicial se convertiría en el cimiento de una historia marcada por condes, princesas extranjeras y un infantado que dominaba decenas de villas, monasterios y tierras fértiles.
En el siglo X, los ecos de la Castilla primitiva resuenan en sus calles. Fernán González, figura clave de la independencia castellana, convirtió Covarrubias en capital del infantado. Su hermana, Urraca, ingresó en el restaurado monasterio de San Cosme y San Damián, y sobre sus antiguos muros se alzó el torreón que hoy vigila el paso de los siglos. La villa fue creciendo, ganando prestigio y riqueza, hasta que la historia le regaló un momento que parece sacado de una novela: la llegada de Kristina de Noruega.
La joven princesa desembarcó en España en 1257, enviada por su padre para casarse con Alfonso X el Sabio. Pero el destino, caprichoso como siempre, quiso que el rey ya esperara descendencia de su esposa, Doña Violante. Para no provocar un desaire diplomático, se decidió que Kristina eligiera entre los hijos del monarca. Fue Felipe de Castilla su escogido. Se casaron, y cuatro años después, la princesa falleció en Sevilla, según dice la tradición, víctima de melancolía. Su tumba descansa en el claustro de la Colegiata de San Cosme y San Damián, frente a la cual se alza hoy su estatua, como símbolo de aquel insólito encuentro entre dos mundos.

La vida siguió entre piedras y plegarias. En el siglo XV se reconstruyó la Iglesia de Santo Tomás y la colegiata, se reformó el palacio de Fernán González, y Felipe II mandó edificar el Archivo del Adelantamiento de Castilla, un bastión administrativo y documental que hoy acoge la biblioteca, la oficina de turismo y una sala de exposiciones.
Pasear por Covarrubias es perderse con gusto. Las calles serpentean entre casas de adobe y madera como la de Doña Sancha, rodeadas de cruceros, torreones y arcos románicos que se niegan a olvidar. Cada rincón tiene una historia, cada piedra una voz. El Torreón de Fernán González —la emparedada, le dicen algunos— guarda secretos de amores y tragedias, mientras la plaza del Ayuntamiento se abre como salón principal de este palacio de siglos.
Detrás del torreón y la casa de Doña Sancha, la fachada gótica de la Colegiata se levanta solemne. Dentro, sepulcros de Fernán González, Doña Sancha y Kristina de Noruega descansan bajo la bóveda de terceletes, en una arquitectura que invita al recogimiento.
Y si el corazón pide un respiro, basta con bajar hasta el río Arlanza. El paseo lo acompaña el rumor del agua y los últimos restos de la muralla, testigos silenciosos del pasado.
Covarrubias no es solo un pueblo. Es un viaje, una memoria viva, un testimonio de lo que fuimos y de la belleza que resiste al tiempo.